El primer disco que adquirí fue el sencillo de “Get back” de los Beatles. Era uno de aquellos pequeños círculos de vinil que giraban a la enloquecida velocidad de 45 revoluciones por minuto. Tenía entonces unos siete años y vivía en la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Era 1970, el año del primer Mundial de fútbol que se disputó en el país, de las épicas de Pelé (el mejor jugador de todos los tiempos) y de la rechifla a Díaz Ordaz.
Cuando veíamos los partidos por la televisión, Alejandra, la más pequeña de mis hermanas, cada vez que se anotaba un gol, fuera de quien fuera, salía gritando muy contenta: ¡Gol de Pelé!, ¡Gol de Pelé!. Creo que hoy todavía sigue creyendo que fue el campeón goleador del torneo.
Me recuerdo tirado sobre una barda, tomando el sol y oyendo un radio de baterías, que sólo captaba las emisiones en A.M. Un pequeño prodigio tecnológico entonces, regalo de unos tíos que habían viajado a los Estados Unidos. Era rojo, con una banda azul a lo largo del costado y en ella, estrellas blancas. Gringo hasta la madre. Como en ese entonces estaba yo a kilómetros de tener cualquier objeción política, me pareció muy bonito y lo escuchaba a todas horas. Sobre aquella barda, oí la canción y me encantó. Decidí que quería tenerla. Luego de juntar el dinero necesario, producto de los domingos que nos obsequiaba mi padre, por fin me llevaron a comprar el disco, en los almacenes “Carvajal” ubicados en el centro de la ciudad. La sección de los discos tenía carteles psicodélicos. Al salir, vi por primera vez, en directo, unos jóvenes melenudos y barbones, vestidos con trajes estrafalarios y que paseaban tranquilamente por el centro, ante la mirada desconfiada de casi todos los transeúntes. Volteé a ver a mis padres, quienes con toda naturalidad dijeron: “Son hippies”. Me extrañó que no hicieran destrozos, ni espantaran a nadie –intencionalmente–, luego de haber oído toda clase de historias de aquellos personajes, tanto en televisión como en pláticas de la “momiza”.
No tengo clara la primera vez que puse el disco en el aparato, seguramente lo hizo mi padre por mí, pues en ese entonces se requería de tiempo para dominar el arte de colocar la aguja en los surcos iniciales del acetato, sin estropearlo y enervar a los oyentes con un espantoso ruido. Sin embargo, si está presente en mi memoria la constante repetición de la melodía y la enorme sorpresa de escuchar después lo que contenía el otro lado: el sencillo de "You know my name (Look up the number)" mismo que escuché cientos de veces. Por supuesto, no tenía ni idea de lo que se decía en ninguna de dichas rolas. Pero eso no importaba en lo absoluto, las disfrutaba enormemente. No sé porqué pero al terminar, casi siempre se me antojaba oír “El negrito bailarín” de Cri-Crí.
Por ese entonces, también compraba yo unas historietas españolas que contenían versiones condensadas de libros de aventuras como “Robinson Crusoe”. Me encantaban, las adquiría en la “Librería de Cristal”. Ahí mismo compré mi primer libro digamos “en serio” para leer, fue “Los tres mosqueteros”. Creo que tardé un año en leerlo completo. Al terminarlo, no recordaba ya cómo había comenzado...
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