jueves, 19 de mayo de 2011

Apócrifo ortográfico



La última coma que usé se remonta a 1983. Ese año decidí deshacerme de ese diablo en forma de signo ortográfico. No lo tolero. Su forma de punto mal hecho o borroneado me produce una repugnancia atroz.

"Es para manifestar una idea dentro de otra". Al cuerno son ello. Una idea no puede estar dentro de otra. No son matroshkas. Se dice lo que se ha de decir y ya está. Nada de recaditos cursis en la frase. Pura y llana la oración.

Su mismo nombre: "coma". Qué carajos es eso. ¿Un equívoco gastrortográfico?

Lo sé. Han de decirme que cambia por completo el sentido de una oración. Que hay muchos ejemplos. Todo lo he oído. Los casos los conozco. Por no usarla los omito. No me importa. El comunicado debe ser leído por quien lo entiende.

Hasta la saciedad la he visto. No hay engendro de escritor que no la adore. Es una epidemia.

¡Cómo me como las comas! Adoro masticarlas. Me gusta molerlas con las muelas y escupirlas bien ensalivadas.
Ahí tienen sus comas.

No las uso. Me he cerrado las puertas del mundo literario. No lo lamento.

Antes muerto que dar paso nuevamente a ese animalillo en mis escritos.

Escribiré solo. Me leeré solo. Nada más que la perfecta redondez de mis puntos. No hay sitio para ese adefesio.

Mi psiquiatra dice que no es normal esto. Él no sabe nada. Se afana en la mente ajena. Mi cerebro y yo no tenemos nada que explicarle.

Vivo feliz. No tengo ataduras. Las pastillas las sustituyeron.

Sólo yo y mis letras. Sueño con estar sólo con mis puntos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Marcha por la Paz

Asistí a la Marcha por la Paz.

No quiero entrar al debate acerca de si las propuestas presentadas son o no una solución a los problemas que enfrentamos. No lo sé. De lo que puedo dar testimonio es de haber sido testigo de una marcha que movió corazones. No todos, lo sé. Hay a quienes no les importa. Hay quienes se sumaron al contingente por oportunismo, por intentar sacar tajada para sus intereses o por ir a echar relajo. Allá ellos que, afortunadamente, fueron los menos.
Ver a Javier Sicilia a la vanguardia, en medio de tanta gente y verlo tan solo, tan todavía dolido, era un algo que se percibía para muchos de quienes le mirábamos. Muchos aplaudían, muchos sonreían, y no pocos tenían los ojos humedecidos.
Imaginar el dolor de un padre al perder al hijo es algo que ni siquiera me atrevería a comenzar a hacer. Soy padre y bien sé que es algo a lo que jamás y por ningún motivo podría enfrentarme.
Hubo un momento en la marcha, cuando cruzamos el Viaducto yendo sobre el Eje Central, en que el contingente se detenía y lanzaba gritos y aplaudia. Al llegar yo mismo al punto comprendí la razón. Viendo hacia el sur, se veía un larguísimo río humano y al ver al norte su torrente continuaba. Me conmovió. Nunca como en ese momento he sentido la legítima alegría de participar en un acto ciudadano, puramente ciudadano. Nos dimos todos un fuerte aplauso mientras en los rostros de todos se dibujaban sonrisas.
A mi lado, una señora ya entrada en años lo definió perfecto. Al ver ella misma esa gigantesca carvana unida sin necesidad de acarreos ni demagogias, con una cara brillante, exclamó: ¡Qué chingón!
Estamos hasta la madre, es cierto. No queremos más sangre, por ello una marcha por la paz, no un llamado a la violencia. Un ¡ya basta! No para rendirnos, sino para bien hacer lo que es debido.
Si de los más de ochenta mil que fuimos a la marcha, algunos pudimos comprenderlo, creo que hoy nuestra nación es un poco mejor.