La historia del tabaco es añeja en estas tierras.
Los antiguos mexicanos consumían sus aromáticos humos. Ahora se le ha declarado una guerra sin cuartel.
Se exige que se creen espacios reservados para circunscribir sus perniciosos efectos a quienes voluntariamente quieran exponerse a ellos. Estoy de acuerdo.
Si bien creo que cada uno puede tener la libertad de fumar, siendo dañinos para quienes aspiran involuntariamente el humo (los llamados “fumadores pasivos”) me parece que quienes no fuman deben estar protegidos de quienes sí lo hacen.
Encuentro ridículos los argumentos de aquellos fumadores que se rasgan las vestiduras y gritan voz en cuello que se les discrimina. Es odiosa la cultura de querer convertirse en víctima, cuando se es agresor.
No es un asunto menor el daño a la salud y el costo de atención a quienes sufren sus efectos.
Por mi parte, estoy en la lucha por dejar el vicio, el cual siempre he opinado que es para tarugos: caro, maloliente, mancha los dientes, afecta los pulmones, es adictivo (más que la cocaína), apesta la ropa, no más por decir unas cuantas nimiedades.
Mientras tanto, voy a echarme un cigarrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario