miércoles, 23 de abril de 2008

Fechas vemos…

Hoy es la fecha elegida para celebrar el día internacional del libro. Como muchos sabemos, es el día en que se conmemora el fallecimiento de dos de los más grandes escritores que han pisado la faz de la tierra: Miguel de Cervantes y William Shakespeare.

El 23 de abril de 1616, ambos murieron, lo que pocos saben es que aunque fueron exactamente en la misma fecha, los sucesos no tuvieron lugar el mismo día.

Es necesario recordar que durante siglos se utilizó el llamado calendario juliano, establecido por Julio César en 45 a.C. En él se había fijado la duración del año en 365 días y un cuarto. Lo cual era bastante exacto, pero el diferencial de minutos por año, se había sumado y en el siglo XVI totalizaba ya un desfase de varios días (unos doce).

La iglesia había advertido el error y puso manos a la obra, con la finalidad de reparar el asunto. Desde 1545, durante el papado de Pablo III, se decidió corregirlo, pero no fue sino hasta que Gregorio XIII arribó al trono de san Pedro en que se puso remedio.

En bula emitida en febrero de 1582, se ordenó que al jueves 4 de octubre le seguiría el viernes 15 de octubre ese año. Santo remedio. (el porqué de la fecha, es otra historia)

De modo que, bula de por medio, así se hizo por todo el mundo. Bueno, casi.

A decir verdad, se aplicó de manera inmediata en Italia, España (supongo que en todas sus tierras de ultramar), Portugal, Francia y Luxemburgo. El resto de Europa y del mundo lo fue haciendo de manera paulatina, por ejemplo: en Inglaterra entró en vigor en 1752, en Japón en 1873, Rusia en 1918 y Grecia hasta 1923. O sea que la cosa fue tomada con calma.

Así las cosas, rigieron dos calendarios diferentes en el mundo.

Para el caso que nos ocupa, en el año de 1616 Inglaterra tenía el viejo calendario juliano en uso, mientras que España ya usaba el nuevo calendario gregoriano.

De modo que cuando Don Miguel de Cervantes murió, el 23 de abril en España, en Inglaterra era apenas el 13 del mismo mes, y cuando a Don William le tocó el turno de entregar cuentas al creador, en España ya era el 3 de mayo, aunque en Inglaterra fuese el 23 de abril.

De lo que se entera uno…

miércoles, 9 de abril de 2008

Tempus fugit

El ser humano ha conseguido medir con extraordinaria precisión el paso del tiempo.
Para los fines de la vida diaria, la unidad denominada como “segundo” parece ser suficiente y, para los estándares de impuntualidad mexicana, incluso exagerada.

De acuerdo con el Sistema Internacional de Unidades, un segundo es igual a 9.192.631.770 períodos de radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), medidos a 0 K. Acerca de lo cual sólo sé que “0 K” (la temperatura a la que se hace la medición) es de -273.15 grados centígrados (el cero absoluto) y lo demás me resulta una variante del sánscrito traducido al japonés por un malayo ebrio.
Sin embargo, en ocasiones resulta imprescindible contar con mediciones aún más precisas para fines específicos.
A manera de ejemplo: centisegundo; milisegundo; microsegundo; nanosegundo; picosegundo; femtosegundo; attosegundo (0.0000000000000000001 de segundo).

A pesar de todo ello, determinar la duración precisa de un instante ha resultado un desafío más allá de las capacidades tecnológicas humanas. Hasta hoy.

Efectivamente, lo que ningún medio había podido definir con la exactitud que el asunto requiere, ha sido posible hacerlo en esta Ciudad de México.

La experiencia urbana, la reflexión paciente y el dedicado esfuerzo de abstracción de quienes habitan este valle, han dado un fruto maduro, exacto y quintaesencial. Justo es ponderar dicho logro y regodearnos en ello.

Sin más preámbulo:

Instante: periodo de tiempo que transcurre entre que la luz del semáforo se pone en verde y el imbécil de atrás nos toca el claxon.

Una joya.

martes, 1 de abril de 2008

Peliagudo

Mientras conduzco, pienso en lo afortunado que soy. El trayecto del trabajo a casa lo puedo realizar por calles interiores, casi siempre semivacías. Lo que convierte el retorno en un relajante paseíllo las más de las veces.
En estas deliberaciones me encuentro al llegar a semáforo, ahí me sorprende una voz femenina:
- ¡Popotes!

No ubico, bien a bien a quién le hablan o a qué se refiere la voz, giro la cabeza y me encuentro con una mujer de unos indefinibles e indefendibles 60 o más años.
- Que si quiere popotes…

Veo que ofrece paquetes de popotes y sí, sí se dirige a mí.
- No muchas gracias.
- Son de plástico cristal, de colores y flexibles…
- No, se lo agradezco, pero no traigo dinero

La dama me mira y me dice mostrando las desdentadas encías en un intento de sonrisa:
- Si le digo algo, ¿no se enoja?
- Perdón…?
- Que si le digo no se enoja…

Balbuceé algo como: Pssnosesisi, este mmm…

- Necesita vitaminas!
- Vitaminas?
- Sí, joven, para que le salga pelo.
Me decía entusiasmada mientras se tiraba los folículos pilosos de su cana pero hirsuta cabellera.
- La B-12 es muy buena, si muy buena para el pelo… festinaba, mientras tras los gruesos cristales de sus anteojos chispeaban sus ojillos.
- Bueno, sí

La luz del semáforo ya era verde, de manera que comencé a avanzar.
- Adiós! Me dijo todavía.
- Adiós, ¿gracias?
- Ándele.

Al pasar la calle, aún la vi por el espejo retrovisor: muy risueña, moviendo la mano.
La próxima vez, mejor le compro unos popotes.