Para Deniche
Llega en pies de algodón, suave y definido el recuerdo de un algo que nos toca, súbito pero gentil nos captura, nos lleva desde hoy hasta allá, atrás, a un punto acidulado, azur, malva, grana o sinople lejos, tanto como ayer, tanto como veinte años o más en el pasado.
Nos vemos ahí y ahí nos vamos.
Nos llevan a los sabores, se renuevan aromas y el momento se matiza con colores, mientras campean por la mente lo mismo el candor que la tristeza, la carcajada o la vergüenza, aciertos y errores. Aquella pequeñas cosas, cuenta y canta Serrat, que nos dejó tiempo de rosas, en un rincón, en un papel, en un cajón.
Y queremos saber de ella, quieren saber de él. Alegrarnos porque está bien, invitarle a charlar, a verse en un café y que sólo dos lo sepan, no porque esté mal, sino porque así es como debe ser, para que tenga sentido, para que nos haga bien, ese sabernos hoy un poquito en el ayer.
Llega en pies de algodón, suave y definido el recuerdo de un algo que nos toca, súbito pero gentil nos captura, nos lleva desde hoy hasta allá, atrás, a un punto acidulado, azur, malva, grana o sinople lejos, tanto como ayer, tanto como veinte años o más en el pasado.
Nos vemos ahí y ahí nos vamos.
Nos llevan a los sabores, se renuevan aromas y el momento se matiza con colores, mientras campean por la mente lo mismo el candor que la tristeza, la carcajada o la vergüenza, aciertos y errores. Aquella pequeñas cosas, cuenta y canta Serrat, que nos dejó tiempo de rosas, en un rincón, en un papel, en un cajón.
Y queremos saber de ella, quieren saber de él. Alegrarnos porque está bien, invitarle a charlar, a verse en un café y que sólo dos lo sepan, no porque esté mal, sino porque así es como debe ser, para que tenga sentido, para que nos haga bien, ese sabernos hoy un poquito en el ayer.
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