La última coma que usé se remonta a 1983. Ese año decidí deshacerme de ese diablo en forma de signo ortográfico. No lo tolero. Su forma de punto mal hecho o borroneado me produce una repugnancia atroz.
"Es para manifestar una idea dentro de otra". Al cuerno son ello. Una idea no puede estar dentro de otra. No son matroshkas. Se dice lo que se ha de decir y ya está. Nada de recaditos cursis en la frase. Pura y llana la oración.
Su mismo nombre: "coma". Qué carajos es eso. ¿Un equívoco gastrortográfico?
Lo sé. Han de decirme que cambia por completo el sentido de una oración. Que hay muchos ejemplos. Todo lo he oído. Los casos los conozco. Por no usarla los omito. No me importa. El comunicado debe ser leído por quien lo entiende.
Hasta la saciedad la he visto. No hay engendro de escritor que no la adore. Es una epidemia.
¡Cómo me como las comas! Adoro masticarlas. Me gusta molerlas con las muelas y escupirlas bien ensalivadas.
Ahí tienen sus comas.
No las uso. Me he cerrado las puertas del mundo literario. No lo lamento.
Antes muerto que dar paso nuevamente a ese animalillo en mis escritos.
Escribiré solo. Me leeré solo. Nada más que la perfecta redondez de mis puntos. No hay sitio para ese adefesio.
Mi psiquiatra dice que no es normal esto. Él no sabe nada. Se afana en la mente ajena. Mi cerebro y yo no tenemos nada que explicarle.
Vivo feliz. No tengo ataduras. Las pastillas las sustituyeron.
Sólo yo y mis letras. Sueño con estar sólo con mis puntos.