Este domingo 25 de octubre de 2009 me había propuesto completar el circuito ciclista que el último domingo de cada mes se realiza en esta capital mundial del imeca y el tlacoyo.
Con ese propósito me dirigí hacia la colonia Condesa a bordo de mi súper chevy, con todo y bici.
A un par de cuadras del circuito me estacioné.
Monté en mi jumento de aluminio y acero y a darle al pedal.
Ya había asistido a los paseos dominicales, que van desde El Ángel hasta el Zócalo, pero nunca había intentado recorrer completo el llamado "Ciclotón", que es un anillo de 30 kilómetros de circunferencia.
Como en los paseos anteriores, es un rato realmente agradable el que se pasa mientras se recorren las calles sin vehículos automotores y en compañía de decenas de ciclistas, patinadores y viandantes. Es una hermosa ciudad, la gente es veinte veces más amable y el ambiente es de contento general.
Con ese propósito me dirigí hacia la colonia Condesa a bordo de mi súper chevy, con todo y bici.
A un par de cuadras del circuito me estacioné.
Monté en mi jumento de aluminio y acero y a darle al pedal.
Ya había asistido a los paseos dominicales, que van desde El Ángel hasta el Zócalo, pero nunca había intentado recorrer completo el llamado "Ciclotón", que es un anillo de 30 kilómetros de circunferencia.
Como en los paseos anteriores, es un rato realmente agradable el que se pasa mientras se recorren las calles sin vehículos automotores y en compañía de decenas de ciclistas, patinadores y viandantes. Es una hermosa ciudad, la gente es veinte veces más amable y el ambiente es de contento general.
La bicicleta posee el encantador poder de transportarnos siempre a momentos felices de la vida, a tiempos más relajados que se acompañan de frescas brisas. En un día soleadito, en una calle arbolada, ir en dos ruedas de cara al viento es un puro contento.
En fin, tomé Reforma, Avenida Juárez, Bolívar, Salvador, 20 de noviembre, Fray Servando, Taller, Francisco del Paso y Troncoso, Viaducto, hasta Río Churubusco o, si se quiere, el circuito interior, digamos a la altura del Palacio de los Deportes, hasta ahí todo había sido cocer y cantar. No contaba con los puentes a desnivel durante el resto del trayecto.
Pedal y fibra, decía mi padre, y ahí te voy. Sin falsa modestia he de decir que no flaqueé en ninguno de ellos. Cada puente, llegado su turno, me vio subirlo con ritmo (pausado, tampoco se trata de presumir) y bajarlo en veloz desliz.
En fin, tomé Reforma, Avenida Juárez, Bolívar, Salvador, 20 de noviembre, Fray Servando, Taller, Francisco del Paso y Troncoso, Viaducto, hasta Río Churubusco o, si se quiere, el circuito interior, digamos a la altura del Palacio de los Deportes, hasta ahí todo había sido cocer y cantar. No contaba con los puentes a desnivel durante el resto del trayecto.
Pedal y fibra, decía mi padre, y ahí te voy. Sin falsa modestia he de decir que no flaqueé en ninguno de ellos. Cada puente, llegado su turno, me vio subirlo con ritmo (pausado, tampoco se trata de presumir) y bajarlo en veloz desliz.
Aunque he de confesar que llegando al cruce con Tlalpan comencé a calcular cuánto me cobraría un taxi por llevarme con todo y bici hasta mi auto, sin embargo, terminando de subir el cruce con División de Norte, sentí nuevo ánimo, y ahí mismo recobro el gusto del paseo. Paso por encima de Cuauhtémoc (la avenida, no nuestro prócer), enfilo hacia Universidad, lo paso casi silbando (zigzagueando en la subida, una técnica que hace dos puentes inicié ante la mirada casi divertida de algunos otros pero que a esta altura ya utilizan más de tres) llego hasta Insurgente y ahí nos detiene el semáforo. Cruzamos y nos enfilamos a Patriotismo, una vez ahí, me voy llenando de alegría. Es seguro que voy a terminar el recorrido, pero ahora amenazan unos negros nubarrones con liberar su carga y empaparnos de un momento a otro. Le pongo velocidad al asunto.
Nos adentramos en la Condesa y al ver la esquina de Vicente Suárez, me enfilo hacia mi coche.
- Ya nos abandona joven? Me dice jocoso un poli cuando ve que salgo de la vía ciclista.
- Nop, ya acabé el circuito! Le digo sonriente
- ¡Vientos! Me dice con el pulgar levantado
Llego al súperchevy, desmonto la bici, la achico, la guardo. Terminé.
Me acomodo en el asiento y en ese instante comienza a llover. Para mí, en el rompecabezas que puede ser lo cotidiano, hoy todo ha encajado perfecto: la ciudad, la bicicleta y el tiempo.
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