Este espacio le he abandonado por un, para mí, prolongado periodo.
Un proyecto con fecha de entrega inamovible, fracturas en el equipo de primer nivel, malas intenciones, desinterés de unos, apatía de otros, alguno que no comprende, pocos interesados.
Presiones innecesarias, amenazas sin sentido, en fin, el largo y sinuoso camino para construir. Afortunadamente, interés de quienes se necesitaba y un equipo de trabajo de primera, comprometidos con lo que debe hacerse, juntos comenzamos y juntos, todos, terminamos. Gracias a cada una, gracias cada uno.
Sin embargo, el pinche estrés acumulado en un trienio ha pasado la factura.
El mismísimo sábado 30 de mayo tuve que suspender una muy deseada reunión a las 8 de la noche (gracias amigos por su comprensión), hacia las 23 horas ingresaba al hospital (gracias Zagal por llegar y estar) y el domingo a primera hora, el cirujano trabajaba en mi anestesiada y así impúdica humanidad, colocada en una poco grácil postura.
El lunes a las dos de la tarde abandoné el nosocomio. Salí caminando, con cara y pose de torero caro, la frente alta y el paso pausado, pero digno de la México.
El viaje de vuelta a casa, con la Zagal al volante (gracias otra vez), fue un verdadero tour de fuerza, valentía y emociones que hacían ver al “Batman the ride” de Six Flags como una pequeña resbaladilla para parvulillos. Cada tope, cada bache, la frenada, el acelerar, todo evento producíanme descargas de adrenalina por todo el cuerpo.
Y luego, el asunto de las explicaciones... por qué no voy a trabajar. No es asunto de decir cualquier cosa: es una semana de ausencia. No hay catarrito ni lastimadura que aguante eso en una llamada al jefe o en papel ante recursos humanos. No señor, nada. Sólo la verdad os hará libres.
De modo que puesto en el brete, decidí sacar el pecho y decirlo con todas sus letras: me operaron de hemorroides. Es increíble que operación tan dolorosa y molesta no agregue aunque sea un poco de brillo al valor de quien la padece. Casi siempre la vergüenza es la primera reacción de quien lo ha sufrido. Además del intenso dolor físico, el ardor emocional. No hay derecho...
Sin embargo, en cuanto me decidí por comunicar a quien preguntara la razón de mi convalecencia sin rodeos, franca y directamente, al parecer he ingresado a una cofradía oculta y subterránea. Ahora resulta que el tío, el cuñado, el primo, yo mismo, yo misma, el hermano, la novia, el amigo, una multitud de hemorroidópatas ha hecho su aparición.
Bueno, digo yo, esto no es una enfermedad -ríase usted de la influenza-, esto sí que es una epidemia.
En fin, con resignado valor, convalezco. Ya me pondré al día.
PS: ¡Ah qué envidia me ha despertado don Simón Bolívar en estos momentos! el héroe libertador era conocido entre la tropa, gracias a su increíble resistencia para las cabalgatas, como “culo de fierro”. Qué tipo!
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