martes, 27 de noviembre de 2007

Una limosnita...

Pequeña y perennemente sucia.
Rostro redondo, cejas pobladas, bozo marcado, arrugas definidas. Usa un gorro tejido a sol y sombra. Se cubre el cuerpo por completo con ropas variopintas que forman capas y capas como si fuera una cebolla trashumante.
Pide limosna y observa cuanto pasa alrededor con dos ojillos negros saltones y brillantes.
De edad indefinible, lo mismo podría tener 40 que 60 años.
No le conocía la voz, la veía con frecuencia en las calles cercanas a mi oficina.

Hará cosa de unos cinco años, dejé de verla. Quedé sin empleo y dejé de frecuentar el centro histórico durante una buena temporada. No la extrañé, vaya, ni siquiera pensé en ella. Es uno de esos personajes de la calle que pueden desaparecer y tardamos tiempo en notar su ausencia.

Meses más tarde, asistía yo a una entrevista de trabajo en el rumbo, cuando la vi. Soy completamente honesto: no me llamó la atención particularmente, pero al pasar frente a ella, se dirigió a mí, en tono más bien seco:

- Tú trabajabas por aquí... ¿verdad?
- Sí. –contesté francamente sorprendido–
- ¿Y ya no?
- No, bueno estoy viendo algo..., pero a ver qué pasa –todavía extrañado–.
- Mmm, ¿sabes por qué me acuerdo de ti?
- No.
- Nunca me diste nada.

Que alguien me explique cómo y qué se responde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mtro. Fortunat:
No me lo va a creer pero no he visto a la persona que señala, creo que con el ir y venir diario me olvidé que el Centro Histórico es una lugar que ilustra y enseña. Que en él existen(mos)muchas personas que le damos su particular forma de ser.
Me preguntó cuánta gente ha pasado por aquí y como cada uno han concebido este lugar. Para mí ahora tiene un significado distinto.
Hasta pronto
Ross